NI UN
DÍA MÁS, NI UN DÍA MENOS
Ese rostro que
miras y que te mira eres tú mismo, pero no te reconoces. Los días de
aislamiento y oscuridad han difuminado tu vida en una imagen que te esfuerzas
en reconocer. Has perdido pelo, los ojos ahuecados a la sombra de los orbitales
han perdido el brillo familiar de la esperanza, han perdido el alma; ni
siquiera recuerdas el dibujo de una sonrisa; los pómulos sobresalen en una piel
surcada por las líneas ineludibles del tique no llegan a ninguna parte.
Como tú. Ya no vas a ninguna parte. Tempo u vida se ha paralizado de repente y con
ella se ha desvanecido todo lo que era sólido, todo lo que fluía y bailaba en
la palma de tu mano.
Tu mente también se
ha paralizado, ya no vives al día, sino que respiras el instante de este vacío
sórdido y desfigurado que te ahoga. Ni
siquiera aciertas a identificar la sintonía radiofónica de costumbre que parece
ahora desconocida y lejana como la llamada del más allá… La liturgia de
prácticas rutinarias se ha convertido en un empeño ridículo e inútil.
Estás huyendo hacia
delante, pero no avanzas, siempre en la misma oquedad limitada por cuatro
paredes que escudriñas incesantemente como el mastín que busca ávido su presa. Estás
instalado en un sueño perpetuo, más bien una pesadilla dentro de muchos sueños…
Y tienes muchos enemigos, todos los que quieres son tus enemigos, enemigos mudos
como zombis que caminan para sobrevivir, caminan para que otros sobrevivan, sin
pensar que esos otros también son enemigos. Dar la vida para perderla. Una
pesadilla entre un paréntesis interminable.
Tu vida es ahora toda
la inmensidad de un desierto, un mar de soledad en el que salpican las últimas
novedades que no quieres creer, que todo es un sueño, que cuando despiertes
todo se acabará. Pero es un sueño que te atrapa, del que no puedes salir. Para
volver a nacer hay que morir. Todos vamos a morir; de hecho, estamos muriendo
siempre. De repente, compruebas en el cristal que el pasado es lo único que te
sostiene, un pasado que recreas como una película reciente, como algo que no va
contigo. Un pasado descolorido en el silencio de la otredad.
La necesidad te
obliga salir del refugio, a enfrentarte a una guerra inaudita, desarmado y sin
escenario, sorteando al enemigo imaginario, en el silencio de una respiración
agitada, sintiendo el golpe del corazón a cada paso. Por las mismas calles y
avenidas, ahora condenadas a la soledad, transitas receloso bajo el fuego
indiscriminado de miradas afiladas como cuchillos. El cielo es un manto de sombra negra que
presagia una lluvia tan familiar como la cascada de ruidos, rumores, alborotos,
que reaparecen en una agitación inesperada de la memoria.
Con la extraña
sensación de un alienígena proscrito, superas el control protocolario
escalonado que te permite ingresar en la nave anochecida y enmudecida, donde
seres sin rostro ofrecen su cara más amable mientras extrañas figuras rebuscan
entre productos de supervivencia… Hay que morir para que otros sobrevivan…; la
asfixiante melodía de siempre, ya muy lejana, irrumpe en el silencio infecto, de
olor a muerto viviente, con la soledad de los que mueren envueltos en sudarios
pestilentes. Familias confundidas dentro de su reclusión particular, entre la
incertidumbre y la desesperanza, ya solo pueden vivir del pasado, en el pasado.
Algún wasap te previene
de la vida de fuera, algún correo muestra el empeño de otros por mantener la
normalidad cuando la televisión sacude las conciencias con el drama terrible de
los datos. Las ciudades son grandes hospitales y grandes cementerios ajenos a
las incertidumbres personales de los que se aferran a una vida sin vida en la resistencia
más primitiva y ancestral. No quieres pensar, pero es inevitable. No ves el
futuro porque no existe, es el pasado el que te hace respirar con dificultad,
pero sin síntomas graves de supervivencia. Tu vida no corre peligro mientras
vaya huyendo de este presente, camino del pasado. Abres una ventana y sigues
sin reconocerte en el espacio, solo en el tiempo. No quieres pensar, pero es
inevitable. Estás solo, sí, contigo mismo, con todo el pasado a cuestas. Solo
con la noche que borra los límites de esta pesadilla y te sumerge en otro
sueño, en otra mañana de penumbra, al abrigo de ese rayo que proyecta la senda
de esperanza.
Mientras, tu
existencia cuenta mucho, tanto como un algoritmo indiscriminado, útil para las
estadísticas de científicos y expertos y las consideraciones de resabidos tertulianos.
Todo objetivado en la curva de fallecimientos, de contagiados, de recuperados…
números, algoritmos y porcentajes, alegoría de personas sin alma materializadas
en dígitos.
Quizás esta
pesadilla se presentó en una nube de esperanza ingenua, donde fabricas sueños
moldeados a tu antojo… sin apenas tiempo para fortalecer los lazos debilitados
y entrecortados con la memoria, como tus lágrimas internas, virtuales…
inexistentes.