domingo, 12 de abril de 2020

NI UN DÍA MÁS, NI UN DÍA MENOS
Ese rostro que miras y que te mira eres tú mismo, pero no te reconoces. Los días de aislamiento y oscuridad han difuminado tu vida en una imagen que te esfuerzas en reconocer. Has perdido pelo, los ojos ahuecados a la sombra de los orbitales han perdido el brillo familiar de la esperanza, han perdido el alma; ni siquiera recuerdas el dibujo de una sonrisa; los pómulos sobresalen en una piel surcada por las líneas ineludibles del tique no llegan a ninguna parte. Como tú. Ya no vas a ninguna parte. Tempo u vida se ha paralizado de repente y con ella se ha desvanecido todo lo que era sólido, todo lo que fluía y bailaba en la palma de tu mano.
Tu mente también se ha paralizado, ya no vives al día, sino que respiras el instante de este vacío sórdido y desfigurado que te ahoga.  Ni siquiera aciertas a identificar la sintonía radiofónica de costumbre que parece ahora desconocida y lejana como la llamada del más allá… La liturgia de prácticas rutinarias se ha convertido en un empeño ridículo e inútil.
Estás huyendo hacia delante, pero no avanzas, siempre en la misma oquedad limitada por cuatro paredes que escudriñas incesantemente como el mastín que busca ávido su presa. Estás instalado en un sueño perpetuo, más bien una pesadilla dentro de muchos sueños… Y tienes muchos enemigos, todos los que quieres son tus enemigos, enemigos mudos como zombis que caminan para sobrevivir, caminan para que otros sobrevivan, sin pensar que esos otros también son enemigos. Dar la vida para perderla. Una pesadilla entre un paréntesis interminable.
Tu vida es ahora toda la inmensidad de un desierto, un mar de soledad en el que salpican las últimas novedades que no quieres creer, que todo es un sueño, que cuando despiertes todo se acabará. Pero es un sueño que te atrapa, del que no puedes salir. Para volver a nacer hay que morir. Todos vamos a morir; de hecho, estamos muriendo siempre. De repente, compruebas en el cristal que el pasado es lo único que te sostiene, un pasado que recreas como una película reciente, como algo que no va contigo. Un pasado descolorido en el silencio de la otredad.
La necesidad te obliga salir del refugio, a enfrentarte a una guerra inaudita, desarmado y sin escenario, sorteando al enemigo imaginario, en el silencio de una respiración agitada, sintiendo el golpe del corazón a cada paso. Por las mismas calles y avenidas, ahora condenadas a la soledad, transitas receloso bajo el fuego indiscriminado de miradas afiladas como cuchillos.  El cielo es un manto de sombra negra que presagia una lluvia tan familiar como la cascada de ruidos, rumores, alborotos, que reaparecen en una agitación inesperada de la memoria.
Con la extraña sensación de un alienígena proscrito, superas el control protocolario escalonado que te permite ingresar en la nave anochecida y enmudecida, donde seres sin rostro ofrecen su cara más amable mientras extrañas figuras rebuscan entre productos de supervivencia… Hay que morir para que otros sobrevivan…; la asfixiante melodía de siempre, ya muy lejana, irrumpe en el silencio infecto, de olor a muerto viviente, con la soledad de los que mueren envueltos en sudarios pestilentes. Familias confundidas dentro de su reclusión particular, entre la incertidumbre y la desesperanza, ya solo pueden vivir del pasado, en el pasado.
Algún wasap te previene de la vida de fuera, algún correo muestra el empeño de otros por mantener la normalidad cuando la televisión sacude las conciencias con el drama terrible de los datos. Las ciudades son grandes hospitales y grandes cementerios ajenos a las incertidumbres personales de los que se aferran a una vida sin vida en la resistencia más primitiva y ancestral. No quieres pensar, pero es inevitable. No ves el futuro porque no existe, es el pasado el que te hace respirar con dificultad, pero sin síntomas graves de supervivencia. Tu vida no corre peligro mientras vaya huyendo de este presente, camino del pasado. Abres una ventana y sigues sin reconocerte en el espacio, solo en el tiempo. No quieres pensar, pero es inevitable. Estás solo, sí, contigo mismo, con todo el pasado a cuestas. Solo con la noche que borra los límites de esta pesadilla y te sumerge en otro sueño, en otra mañana de penumbra, al abrigo de ese rayo que proyecta la senda de esperanza.
Mientras, tu existencia cuenta mucho, tanto como un algoritmo indiscriminado, útil para las estadísticas de científicos y expertos y las consideraciones de resabidos tertulianos. Todo objetivado en la curva de fallecimientos, de contagiados, de recuperados… números, algoritmos y porcentajes, alegoría de personas sin alma materializadas en dígitos.
Quizás esta pesadilla se presentó en una nube de esperanza ingenua, donde fabricas sueños moldeados a tu antojo… sin apenas tiempo para fortalecer los lazos debilitados y entrecortados con la memoria, como tus lágrimas internas, virtuales… inexistentes.