Si cualquier domingo del año hemos podido encontrar alguna
excusa para faltar a la cita, el de hoy admite, sin duda, argumentos de peso para quedarse encamado y a
buen recaudo. Así pues, los amigos incansables y perseverantes que hemos
acudido afectados por la fuerza de la convocatoria hemos tenido que salvar dos inconvenientes
(algunos tres): renunciar a dormir una hora menos por el cambio de hora y afrontar
una lluvia persistente durante prácticamente todo el recorrido; una lluvia que,
como en años anteriores, ha empañado la santa
penitencia con días de gloria y días de aflicción y ha repintado el paisaje con
su crecida apariencia.
A pesar de todo, amanece pronto y con una temperatura más que
primaveral. Corriendo entre la bruma que despierta, bajo la lluvia que refresca,
llegamos hasta Coria junto al río envalentonado, hecho que nos hace rechazar la
invitación del barquero. No está el día para aventuras así que volvemos sobre
nuestros pasos perdidos en el asfalto, apremiados, como todos los domingos, por
un afán irracional que nos impulsa a ir más rápido mientras sigue lloviendo con
la intensidad necesaria para evitar el calentamiento global.