Siempre se
ha comentado que la carrera de los 101 Km de Ronda es una "auténtica barbaridad", por tantos km en un perfil tan sinuoso
y atractivo como el de la serranía rondeña. Sin embargo, la dureza no radica sólo
en el recorrido, ya de por sí severo, sino en la exigencia física y en la preparación
psicológica que esta prueba requiere. Son
muchas las jornadas de entrenamiento, hurtando tiempo a la familia, escudriñando
huecos en una agenda diaria repleta de obligaciones y compromisos y, en la
mayoría de los casos, en un escenario de obstinado monólogo. Son esos momentos de
monomanía solitaria donde el cuerpo se ajusta y el ánimo se fortalece.
Todo lo que sobreviene a partir del pistoletazo de salida es
convivencia, sacrificio compartido, disfrute de la buena compañía, de la
camaradería que se respira en cada metro del recorrido. El ocaso del día anuncia
el devenir natural del ciclo telúrico. El sol ya reposa en el horizonte mientras
la luna asciende jubilosa a los altares celestiales. Todo se vuelve oscuro y silencioso en esta
tregua cotidiana que no detiene a los solitarios anónimos. Los rostros desdibujados y los cuerpos fatigados
serpentean en la montaña oscura como libélulas extraviadas, mimetizando sus
fuerzas en el eco mudo y sombrío de la noche.
Los corredores noctámbulos continúan buscando la luz al final
del túnel, que sobrevendrá con las primeras estribaciones al santuario rondeño.
El Tajo se convierte en un espejismo radiante y la última subida, entre
aplausos y alientos, eleva a los exhaustos corredores hasta el Olimpo. Es la
madre de todas las llegadas.
Entre todos
esos esforzados está nuestro Kasa que, una vez más, ha completado la travesía
legionaria ganándose a pulso un lugar privilegiado en el corazón de este
club de corredores, por su empeño, su coraje y su nobleza. Al fin y al cabo, de
todo lo vivido lo que queda es la satisfacción por lo alcanzado y también por el
reconocimiento de todos los que lo queremos bien. Por eso, ¡¡AVE, KASA, QUE
ESTÁS EN LOS CIELOS!!!