Con el apremio
y la premura que nos permite este clima cálido de modorra prematura, vamos consumiendo
los últimos kilómetros de la temporada, escudriñando las apartadas sendas que cortejan
a nuestro Guadalquivir en su discurrir perpetuo y solitario, entre un boscaje
sombreado y fresco que conforta el tránsito leve y concede licencia para la intimidad de la
conversación. A pocos metros el agua eterna ondea mansamente en la brisa, arriba
los pájaros porfían en su candor idílico, en una confusa armonía solo quebrantada por el discurrir de
corredores y refugiados eventuales.
Ajenos al
devenir del tiempo y, tras la necesaria catarsis, regresamos al mundanal ruido de
voces mentidas y coreadas por el concierto de figurillas aparentes y demás espectros
mediáticos. A pesar de todo, esperamos la llegada de la mar… el próximo sábado
en la travesía que nos ha de llevar desde Matalascañas a Mazagón.
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