Es frecuente que, a ciertas edades sobre todo, el reloj
biológico interrumpa el descanso nocturno y las neuronas comiencen a funcionar
cuando menos lo esperamos. Abrimos los ojos, miramos sorprendidos el reloj y
ahí empieza el repaso vertiginoso a nuestra vida… En verano ocurre algo
parecido cuando las altas temperaturas impiden conciliar el sueño desde el
principio y la cama se convierte en un islote de contrición para los náufragos
que allí son arrojados por el tiempo arbitrario. Durante la noche interminable,
nos salpican los pensamientos mezclados con recuerdos, vamos fabricando nuestros sueños en ese
caldo de ideas que se retuercen, viajamos por la senda de la memoria hasta que la brisa mañanera viene a sofocar los bríos, las decisiones
intrépidas o las turbaciones más inconfesables… Así se desvanecen los sueños en una noche cualquiera de verano. Pero en la carrera de la mañana ponemos todo en orden. De nuevo
afloran los recuerdos compartidos, la memoria despierta en el espejo del camino
y nos reconocemos en él como moradores sempiternos de una historia que un día
también fue sueño. Ahora es el momento de seguir soñando con los amigos.
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