Y así, entre fiesta y celebración, levantando puentes que
encadenan fines de semana, vacaciones, vivencias con recuerdos… llegamos al
verano. El tiempo se estrecha peligrosamente y, al mismo tiempo, se dilata generosamente en el
pasado esparciendo en la memoria miedos, certidumbres y esperanzas convenidas
que consuelan, tareas a medio hacer, travesías cumplidas en mar gruesa. Pero la
carrera del domingo continúa alimentando el pasado que no cesa, como las aguas
del río Valira, serpenteando tímidamente el valle envuelto en la bruma matinal
que presagia un mañana efímero, brillante y soleado. Como voy solo, no hay nada que decir, solo respirar, mantener el ritmo, la buena dirección y esperar pacientemente el final de la etapa, allí, a los pies de mi Torre. De vuelta a casa, ya luce
el sol en mi balcón de invierno.
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