Después de la agitada semana de feria volvemos al punto de
salida. Las arenas salpicadas en las zapatillas son nuestro trofeo, nuestra
reliquia marismeña; en la mente, la evocación de una travesía gloriosa invita
al paseo relajado bajo un cielo gris delator pero que sofoca en algunos tramos
del itinerario. Las piernas asumen rápidamente su papel aprendido a rienda
suelta mientras mantenemos la mirada desorientada hacia el horizonte y el oído alerta
a los comentarios ajenos, al compás habitual de los domingos. Cada domingo
tiene su singularidad por distintos motivos y este no es menos, porque
celebramos el cumpleaños de nuestro maestro corriendo, como no podía ser de otra
manera.


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