La vida nos exige siempre un último esfuerzo en cualquier
ámbito; así pues, siempre estamos dando el callo, eso sí, con el apremio de
nuestras limitaciones. Y ello es, precisamente, lo que nos hace sentir bien y
representa gran parte de nuestras necesidades. Cada domingo nos liberamos de
esas fuerzas opresivas que todo lo rentabilizan para robarle algo de tiempo al
tiempo y, durante unos instantes, transformar nuestra existencia en una modesta
aspiración no material. Aquí se ponen en valor los impulsos del corazón, el
empeño a cada paso, los comentarios sin ánimo de lucro entre risotadas y
resuellos, los silencios…
Seguimos recorriendo el tiempo por delante del espejo
vulnerable de la memoria donde nos encontramos cada domingo, en el mismo sitio,
y con la misma gente entrañable, consumiendo hermandad no convertible en
valores de mercado.


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