Ya percibimos el olor salado de la marisma, el olor a pino, a lavanda, a romero, a tomillo, que, por esta época, vuelven a nosotros como reclamo de la cita
incomparable de la travesía del Rocío. De nuevo estamos determinados a adentrarnos
en esta arcadia idílica que evoca sensaciones imborrables de paz en plena
comunión con la naturaleza y que el tiempo se encarga en presentarnos regularmente
con su ímpetu irrefrenable y veloz. En
esta vorágine fugaz y sinsentido que nos envuelve, que nos empuja sin remedio, solo
podemos combatir con el asidero de los
recuerdos que abrevian el pasado y dilatan el presente. Porque este año no
llegamos en la mejor forma física; las habituales molestias, antaño esporádicas
y transitorias, se han instalado definitivamente con un protagonismo inusitado
que combina ilusión e incertidumbre. De cualquier forma, el sábado volveremos
al camino de emociones inolvidables.
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