Con un cielo apretado de nubes negras, mal presagio para una singular semana que se promete Santa y devota, un sol empeñado sin remedio en dar a luz, Sevilla despierta en su manto primaveral de rojo incienso, engalanada de azahar y de pasión. Y como cada año, los rigores de una Naturaleza impía deslucen los sueños de gloria de tantos sevillanos y, al mismo tiempo, reverdecen de esperanza el esfuerzo del campesino que saluda con delirio la vuelta del agua bendita. Ya lo dice el refrán…
Y como cada domingo, a la hora señalada, emprendemos la marcha en pos de nuestro particular viacrucis por los cerros de Camas. Allí nos esperan caminos y sendas entrelazadas que serpean y se enmarañan con requiebros, remontadas y descensos, entre mudos olivos, forrajes verdes y liebres asustadas. Exploramos los caminos entre la niebla mientras la humedad de la brisa refresca los rostros sudorosos. Desde arriba, la ciudad a nuestros pies y el mundo ancho y ajeno. Confundidos en el ambiente ameno de quietud, retornamos a nuestro origen con las ansias renovadas y emplazadas en el milagro de la Naturaleza.
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