Después de la apoteosis ferial, de revolotear en la burbuja de la felicidad imaginaria, de encuentros siempre positivos, de suspiros ahogados en copas de manzanilla, de requiebros al son de una multitud apasionada, el domingo de feria es un día de trámite que sirve para hacer el retorno de la forma menos traumática posible a la reclusión de nuestras cargas cotidianas. Todo termina en la vida...
El nacimiento del día pone al descubierto lo que fue una noche mágica, cuerpos mudos y derrotados deambulan buscando la estrella que les lleve a su pesebre… No esperamos a nadie, como todos los años. A la hora acordada seguimos el trazo que nos lleva arriba, a la atalaya, lejos del desconcierto terrenal. Pero el tránsito se complica por la dureza del terreno, abandonado por unos gestores desmemoriados, ahora ocupados en otros menesteres de más interés. En la llegada no nos espera nadie, como todos los años.
A esta hora, Edu aún estará corriendo en Praga (esperemos que terminando). Desde aquí, le mandamos un fuerte abrazo y todas las fuerzas para que termine bien lo que bien empezó.
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