En la tragedia griega asistimos a la lucha del héroe contra un destino inexorable, quedando aquel, en su soledad, sometido al designio de los dioses y empequeñecido ante el poder de las fuerzas naturales. Precisamente hoy hemos protagonizado un acto de esta tragedia los valerosos corredores que hemos osado salir a escena para contravenir los designios divinos y afrontar una de las jornadas más duras que se recuerdan.
El día anterior ya pronosticaba fatalidad y, por tanto, a nadie iba a sorprender. Ataviados previsoramente, salimos con la determinación fija de cumplir el plan dominical. Casi no había resquicio sin protección pero el destino estaba escrito. El amanecer descubrió la debilidad humana mientras las fuerzas telúricas (viento, frío, lluvia) acechaban para dar el golpe definitivo. Pronto, muy pronto, el grupo se deshizo y cada uno determinó hacer la guerra por su cuenta. La soledad del héroe-corredor en distintos frentes: Poti, de ilustre semblante, desapareció entre la bruma; Segundo y el Furia, pareja inaudita, huían del vendaval; Edu, siempre entre dos aguas, se enfrentaba a los titanes; el Kasa, de inagotable constancia, sucumbía ante la llamada de la sangre; Pepe Vilches, de sobrecogedora imagen, expiaba su osadía con gran dignidad; el Maestro, José A. el Buitre y el Cordobés, de torpe ingenio, maldecían a los dioses y buscaban el abrigo imposible en la intemperie; finalmente, Ramón F., el iluminado tardío, acudió a salvaguardar el honor perjudicado… Sin tregua, sin descanso, sin piedad, la historia se repite, aunque algunos no la firmaran de esta guisa épica.
¡Ah!, más de 27 km y mucho tiempo desapacible.
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