domingo, 22 de noviembre de 2015

Andorra domingo 22 de noviembre Homenaje a Ignacio Blanco

Nunca podré olvidar cuando, una tibia mañana de un mes de septiembre lejano y eterno, el maestro me presentó al grupo.  El alba clareaba aún en la penumbra de la inolvidable esquina de Chapina. Con la formalidad que requiere un encuentro esperado, fui saludando a cada uno de los asiduos de aquel grupo de amigos que tenía por costumbre delirante reunirse para correr. Recuerdo su gesto socarrón, su complexión omnipresente y su natural proceder que encubría un liderazgo reconocido e incuestionable. Fue mi primer camino, mis primeros 19,4 km enganchado a un grupo que, cosa inaudita, conversaba mientras corría. En esa hora y cincuenta minutos pude observar el compañerismo, la familiaridad con que todos actuaban y cómo, entre bromas y comentarios, todos asumían la voz de la autoridad. Siempre al rebufo, (bastante tenía con aguantar y no perder terreno), iba respondiendo como podía a las preguntas que me hacía con la intención de transmitirme la confianza y el calor de su amistad. Al domingo siguiente ya era uno más, el cordobés. Luego vinieron las carreras, donde se comparten los momentos previos, el encuentro, los coches, y la euforia en la meta. Finalmente, en el encuentro posterior del domingo comentábamos las peripecias personales y ahí, entre burlas y sorna, despuntaba él con su experiencia y picardía. En el segundo mes del año 2001 nos sobrecogió su repentina muerte como una muestra más de la sinrazón de la vida.
Desde entonces seguimos venerando su memoria como consuelo de los vivos en ese altar de eucaliptos que clama al cielo. Juntos, abrazados a su recuerdo presente, fundidos en un corazón que lleva  su nombre grabado, guardamos un minuto de silencio, otro más, por siempre. Luego, seguimos el camino que nos enseñó por senderos remotos, colinas, crestas y laderas, llanuras y puentes… ¡Ah, la pastora apasionada!... con el esfuerzo y sacrificio que nos legó.
Hoy sigo con vosotros, amigos del alma, en el camino que lleva al cielo, a la montaña nevada, que derrama lágrimas blancas por aquellos que perdimos una vez pero que encontramos siempre en cada uno de nosotros, porque somos la forja de lo que ellos nos transmitieron.

2 comentarios:

elmaestro dijo...

Quince años ya; tempus fugit
Y tú en Andorra, allí también pasa el tiempo. Ojalá que todo sea para bien.

Un fuerte abrazo, te seguimos echando de menos.

Silvia dijo...

No has podido definir mejor su personalidad. También mis recuerdos se remontan a hace ya muchos años cuando lo conocí y hoy me sorprendo a mi misma imaginando que pensaría si me viera. Aunque en el fondo no es más que una manera de perpetuar su recuerdo y su amistad. Los que continuamos aquí, aún con pesar por la añoranza y la nostalgia, debemos estar agradecidos por haber tenido la suerte de que haya participado en la historia de nuestra vida. Siempre aportandonos todo lo positivo del día a día. Y su mejor legado es su familia, especialmente su hijo Nacho que cada vez se parece más a el. Digno hijo de su padre.