domingo, 6 de septiembre de 2015

Domingo 6 de septiembre Andorra

El tiempo refresca en Andorra pero a la gente parece no importarle, como si no fuera con ella o como si se asumiera que lo peor está aún por llegar. Para un forastero iniciado en este entorno toda alteración climática se deja sentir como una experiencia insólita y sale uno a la calle para percibir esas nuevas sensaciones que no son comparables con las más familiares de la tierra de origen.
En estas tribulaciones me he ido preparando con la solemnidad que requiere esta actividad esencial y he salido a correr fiel a mi compromiso dominical, sincronizado con los amigos corredores de la capital del trópico andaluz. El reloj marcaba 5 grados, al tiempo que me examinaba el cuerpo buscando la sensación gélida conocida de antaño, pero no fue así.
Las avenidas, aún desiertas, se preparan para recibir a la multitud itinerante de cada domingo; en la carretera algún vehículo errado que circula buscando un destino incierto.  A la hora H ya salimos juntos de nuevo, desde lugares distantes y remotos, con los comentarios mañaneros de siempre, llenos de proyectos, de crítica personal y fundada… pronto nos ponemos al día, llenamos esa tacita de calor dominical necesaria para revitalizar el espíritu. Con trote parsimonioso las piernas se van liberando de la somnolencia; la respiración ajustada y en ligero descenso paralelo al río, transcurre el trayecto en dirección sur (siempre al sur). Un río testimonial que baja entre las piedras desde la montaña por un cauce bellísimo, haciéndose oír con su reclamo rumoroso que transporta como en un espejo de luz a nuestro señorial Guadalquivir…
El recorrido circular concluye… escuchando al hombre que siempre va conmigo.



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