domingo, 20 de septiembre de 2015

Andorra domingo 20 de septiembre

La amanecida en Andorra es de lo más pacífica, luminosa y transparente como el cielo sevillano, pero más fría. Hoy nadie me espera pero no quiero defraudar a mis amigos corredores. Así que no me recreo entre las sábanas y me preparo rápidamente para la salida sincronizada.  La montaña verde a un lado; al otro, la verde montaña; al fondo el valle, mi río, mis amigos. Tengo que ponerme guantes para prevenir y emprendo el trayecto conocido con el corazón marcando el paso por las eternas callejuelas engalanadas de recuerdos vivos que se humedecen a cada pisada en los adoquines, en las aceras, en los muros… El tiempo se detiene en la banalidad más jubilosa, lo que apenas se goza por efímero e insignificante. Pero lo que más se valora en el tiempo y en el espacio, equiparándose a las más ambiciosas pretensiones de la vida. El final es lo más agradecido porque podemos abrazarnos y compartir unos instantes maravillosos, por inigualables, después del deber cumplido y el cuerpo henchido de bienestar compartido. Vuelvo a casa honrado por el sol que me alumbra y por mis amigos de tantas mañanas dominicales. 

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