Continuamos viajando vertiginosamente en la cadena del Tiempo
donde la sucesión ordenada de recuerdos, vivencias o experiencias adquieren una dimensión personal e intransferible pero ya se amontonan en el caos de nuestra
memoria. Reconocemos fácilmente las fechas por estaciones o días señalados aunque,
en muchos casos, supone un esfuerzo ímprobo identificar los años.
En las hojas
arrancadas del calendario quedan las huellas de un pasado caduco y zanjado. Así,
comenzamos el año nuevo cambiando el despoblado almanaque del anterior por el flamante
y repleto de esperanzas de 2015. En él señalamos las fechas más significativas,
santos, cumpleaños, compromisos, puentes, aniversarios… Ya solo queda esperar
unos días para ir deshojando la margarita del tiempo, en un sentimiento de
resignación agridulce que engendra la fragilidad humana ante el paso inexorable
de la vida. Por eso, cada domingo venimos a restituirnos en la costumbre que
nos hace perdurables en la memoria compartida. Y hoy, como cada año, hemos encontrado
la señal del glorioso pasado y la
semilla de un futuro halagüeño concentradas en el tradicional Roscón de Reyes.


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