Hoy, por fin, hemos vuelto al camino, a nuestro camino, donde se encuentra recluida una gran parte de las señas de identidad de un grupo de corredores hermanados en un objetivo común. Por allí ha discurrido buena parte de la historia de este club, allí más de uno se dejó el alma, sus sueños entre jadeos y fatigas.
La entrada en el camino constituye todo un ritual de purificación, por la sensación de alivio, de desahogo generoso, tras la larga subida desde Santiponce. Allí donde la tierra se junta con el cielo, allí donde el viento agita los ecos de las pisadas vestidas de esperanza, allí donde la primavera prematura se anuncia en el verde de la montaña, repasamos la lección. Por la senda complicada, mientras seguimos pendientes de los surcos y estrías dibujados en la aspereza del terreno, nos vienen a la memoria los rumores de ese trotar alegre, serpenteando la cima pero distraídos con la animada conversación; el sol de cara, la frente baja, esa cuesta del burro siempre angustiosa, los repechos finales y… Sevilla siempre al fondo, luminosa, clara, espectacular… Después de algunos minutos de silencio por tantos ausentes, hemos regresado del espejismo de un pasado difunto a un presente por hacer, a una era por trillar.
Y en esas estamos algunos corredores que no cejan en su empeño de renovar la memoria domingo a domingo, firmando el compromiso personal con la carrera, con el compañero, con el objetivo común, el que ahora nos llevará a una nueva aventura del Rocío.
Atrás dejamos el camino, bajamos del firmamento y retornamos a la tierra, siempre con los pies en el suelo, la cabeza sobre los hombros y el corazón reconfortado.
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