Dicen los que saben que el ser humano, en general, solo valora lo que tiene cuando, paradójicamente, lo ha perdido; y que siempre deseamos lo que otros poseen por el mero hecho de instalarnos estratégicamente en el entorno de las apariencias o de creer que esto o aquello nos dará la felicidad. Y esto ocurre en todos los órdenes de la vida, tanto material como espiritual o sentimental. Sin embargo, el corredor de fondo está configurado de una madera especial. Él sí es consciente de su gran suerte y, en este sentido, se considera un privilegiado al poder gozar de tan grata experiencia.
Y esta no es una consideración apasionada sino una reflexión interiorizada y consolidada que le lleva a la preocupación, casi obsesiva, por cualquier contrariedad que le impida llevar a cabo su práctica necesaria. Somos los afortunados que cada día podemos tener el complemento natural que nos devuelve la ilusión de vivir con y por los demás; algo indescriptible que, como dicen los espiritualistas, hay que sentir.
Sensaciones aparentemente triviales como salir de casa el domingo mientras el mundo aún no ha despertado de su letargo finisemanal, el encuentro con los compañeros de fatigas, el ambiente festivo y decidido. A la hora convenida, la salida arropada por el calor de la conversación intrascendente pero reconfortante y necesaria. Así durante más de dos horas, en 24 km, por caminos recurrentes pero inadvertidos, como el habitual decorado que garantiza por sí mismo el disfrute personal de la carrera. El río hasta Gelves, Palomares, Mairena y vuelta por el Zaudín hasta confluir de nuevo en nuestro río, vida que corre incansable hacia la mar.
Un domingo más seguimos ganando batallas en este importante desafío vital que va deshojando la flor de la temporada
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