
La celebración es un acto que define al hombre como animal social. Desde siempre el ser humano ha tenido la necesidad de proclamar cualquier motivo importante en la vida con un ritual acorde con la cultura y la trascendencia de la ocasión. Es un síntoma que nos apega quizás más a este espacio terrenal en el que prima la máxima del carpe diem. En este mundo tan globalizado siempre hay algo que celebrar (recordemos los días internacionales dispuestos a lo largo del calendario); las redes sociales organizan eventos para festejar la primavera, el fin de los exámenes, etc.; en los círculos más reducidos o familiares, las bodas, los divorcios, cumpleaños, inauguraciones… Con el tiempo, el motivo se ha convertido en un pretexto para organizar un festín; tanto es así que, sin celebración, el objeto de homenaje pierde valor.
En la actualidad el ritual de celebración más empleado es el del ágape o comilona bien regada o refrescada, una forma de unir al grupo en torno a una mesa bien surtida de provisiones. Es el momento culminante de la efeméride, donde uno se sumerge en las profundidades de lo anecdótico frecuentado.
De todos los motivos de celebración no existe otro que compense más al corredor de fondo que culminar un objetivo. El de ayer era volver al Rocío, la quinta travesía consecutiva de este club (hay que felicitar a Juanlu que ostenta el récord con 11). Una experiencia con todos los ingredientes, distinta, inigualable, en un marco natural único.
Con una perfecta coordinación los diferentes grupos de corredores, ciclistas, andadores y demás colaboradores salieron cuando el alba despuntaba a orillas del Gualdalquivir. Las previsiones meteorológicas no eran muy esperanzadoras y nos temíamos lo peor. Atravesamos la cornisa aljarafeña apenas sin reparar en los radiantes espacios de variados matices, cultivos de secano, olivos y girasoles. El entorno cambia en las inmediaciones de Aznalcázar, frondosos bosques de pinos y dehesas nos anuncian la presencia inmediata de la marisma. El terreno arenoso dificulta paulatinamente el tránsito de corredores y ciclistas. En el emblemático paso del Quema, parada obligatoria y fotos en un ambiente pre-rociero. De ahí a Villamanrique un salto de tres kilómetros. El autobús ha dejado a los andadores y espera a algunos que terminan su recorrido; avituallamiento y prolongación hacia el Rocío a través de las célebres “Rayas”. El clima acompaña, la Blanca Paloma bate sus alas para insuflar esa brisa marismeña que refresca el alma y alivia la fatiga de los corredores. El ambiente de recogimiento que inspiran la soledad, el rumor de las hojas al contacto con la brisa, la natural combinación de olores, el persistente reclamo de los pájaros…, sólo es quebrantado por la presencia inusual (por estas fechas)de maquinaria rociera que, en particular hermandad, busca acomodo en el paraíso.
La anhelada llegada al Puente del Ajolí culmina con el acto de purificación en sus aguas milagrosas y el rescate en coche salvavidas. Comienza la merecida celebración en comunión con el grupo, en torno a una mesa colmada de manjares y bebidas pero donde abunda, sobre todo, la amistad y el cariño que unen tantas y tantas vivencias inolvidables. Con el cuerpo roto aún, ya soñamos con volver.
Gracias, una vez más, a todos los que contribuyen, con su presencia y con su esfuerzo, a hacer posible estos momentos.
2 comentarios:
De parte de Mayte y lara: Os agradecemso la magnífica agogida que mnos dispensasteis. nos sentimos como si os conocieramos de toda la vida.
!Pasamos un día GENIAL!!!
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