Domingo 26 de diciembre

A ciertas edades en las que, entre otras cosas, se ralentiza la carrera, el tiempo acelera su progresión y nos sobrepasa constantemente. Termina el año y el maratón se nos viene encima como una ola gigantesca que tenemos que sortear. Desde luego es para pensárselo. En este VIII domingo a. m. (antes del maratón) iniciamos nuestra particular cuenta atrás con una distancia de 24 km y algo más de 2 horas y cuarto. El frío alienígena pronto se apoderó de nuestros cuerpos recién salidos del cálido hogar y mantuvo el mercurio fiel a los 7 grados. Después de las intensas lluvias caídas durante la semana, consideramos una temeridad siquiera salir a explorar el terreno por el norte, así que optamos por seguir la dirección del viento hacia el sur, Gelves y Coria, por lo llano y suave. El sol aparecía tímidamente haciendo más liviano y apacible el discurrir del compacto grupo. Edu, que se nos había aparecido en el camino, siguió el cauce del río hacia Coria y desapareció entre el asfalto. Los demás, el Maestro, el Kasa, el Masca, el Cordobés, Ramón F., Rafael Carlos, Segundo, Pepe Vilches y Miguel buscamos el siguiente pueblo para evitar la subida a Simón Verde. Tras sortear los primeros inconvenientes naturales en forma de lagunillas, avistamos Palomares y comprobamos, arriba, que el viento impedía ya nuestro corretear fugitivo. Forzados por la necesidad, conseguimos apilarnos y así sofocar las continuas convulsiones. El grupo se estira por el reducido espacio que deja la carretera que lleva a Mairena, donde nos reagrupamos para emprender la bajada hacia Torretriana. Pero aún quedaba otro escollo, esta vez insalvable, que nos obligó a hundir los pies en las aguas cenagosas que bordean el río. En la llegada, algún comentario esporádico y huida apresurada hacia refugios más confortables y cálidos, con una pregunta en el pensamiento:¿Qué fue de Edu?