La vuelta a la realidad, sin adornos ni maquillaje, siempre
es dura pero se hace más llevadera con una transición que depure los excesos y las
alucinaciones propias de quien se envuelve en la euforia desenfrenada de bondades inusitadas, alimentada
por destellos de farolillos y colores. Y esa transición apaga los
fuegos de sueños prendidos en la solapa de una noche mágica y devuelve la vida
al relente de una mañana limpia y serena. Así amanece el domingo en las calles
desiertas de huellas confusas que el agua ha sepultado para siempre, en
aquellos rincones atronadores que encubren quizás tímidas palabras de amor que
el tiempo ha borrado. Por estas calles transita el pequeño gran grupo, saliendo
de la portada desnuda, sin adornos, oscura…
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