Al final el empeño en el reencuentro dominical ha podido con
la lluvia que nos ha acompañado prácticamente la hora y veinte de recorrido. Cada
domingo tiene su particular dimensión pero este, de Ramos, se vive de una forma
especial por razones obvias, pero también por ser encrucijada en el devenir
imparable de los tiempos que, desgraciadamente, nos aleja cada vez más de nosotros
mismos, de lo que fuimos, y nos acerca a la sombra en que nos vamos convirtiendo.
Por ello, el abrazo afectuoso, real, sincero, sigue siendo la mejor forma de
comunicarse (la tecnología moderna aún no ha inventado algo parecido), de
restablecer el vínculo dilatado en este laberinto de días, meses y años. Y, con
la palabra, el sentimiento se hace presente continuo y se asienta debidamente
en la memoria. La vida tiene eso, momentos aparentemente triviales que siempre
se recuerdan, corriendo bajo la lluvia, compartiendo un desayuno coloquial o,
simplemente tras una ducha caliente.
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