Parece
que el invierno llegó para quedarse y aquí, en Andorra, se anunció el viernes con la gran nevada. Nunca llueve a
gusto de todos pero ver caer los copos balanceándose en la nada es algo
especial. Son como criaturas indefensas que bajan para componer un enorme manto
blanco que, con natural parsimonia, va envolviendo las figuras hasta extinguir
su ser verdadero. Por el camino blanco he hecho mi recorrido dominical, junto a
la sombra blanca, entre montañas blancas donde se arrulla un sol naciente y
eterno; la respiración entrecortada, los sentidos perdidos en el tiempo blanco
de mis recuerdos que se precipitan lentamente en los límites confusos del ayer.
Pronto, muy pronto, el espejismo se disuelve en ese cristal agudo que traiciona
los pasos y que hiela las conciencias.
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