Se dice que el cuerpo humano es una máquina perfecta porque
todas las piezas están diseñadas para cumplir una función en perfecta sincronía
y coordinación. Así, muchas de ellas, o las más importantes, se regulan autónomamente,
como la actividad cardíaca, la respiración, la digestión o la excreción e,
incluso, el componente sexual. Todas
ellas tienen en común que están determinadas por y para la natural supervivencia.
Pero, además, estas llamadas necesidades fisiológicas proporcionan una
sensación de placer o bienestar cuando se realizan gracias a la liberación de las
hormonas responsables.
Otras actividades del ser humano se realizan consciente y
voluntariamente y producen las mismas sensaciones de complacencia o euforia; en estos casos, la intervención del cerebro, podríamos decir, es estimulada por elementos
sociales. Y no hablo ahora de los beneficios probados del deporte y,
concretamente, de la carrera. Se trata de las reuniones de amigos en las que se
satisfacen necesidades primarias o internas con otras más aprendidas o
externas. Cada año, después de la prueba de maratón, realizamos este encuentro
fructífero que se ennoblece por la presencia de aquellos con los que tantos
años hemos compartido caminos y senderos, angustias y emociones, alegrías y
pesares. Durante el margen de tiempo de
una carrera, compartimos una mesa, unos platos y unas cervezas, y una tertulia
con resultados óptimos para tonificar el espíritu. Por eso, estas acciones
voluntarias, concebidas, son también necesarias para la conservación de una especie a extinguir.


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