Hoy hemos comprobado que el camino sigue allá donde lo
dejamos la última vez, pero ya no es la ruta apartada que atravesábamos sin
encontrarnos más que esporádicos ciclistas o andadores solitarios. Ahora son
numerosos los grupos de ciclistas y de corredores con los que nos cruzamos, teniendo
incluso que organizarnos en hilera para posibilitar el tránsito ordenado de la
concurrencia. También el piso está más asentado y llano, con algunas reformas
para evitar los estragos de las torrenteras en la época de lluvia. De nuevo hemos rescatado del olvido la imagen
de Sevilla adormecida entre nubes de algodón a los pies de la imponente Torre
Pelli. De este modo, en el serpenteo del recorrido, afrontamos las pendientes
sinuosas con el mismo recelo pero con la misma determinación de siempre. En la
bajada mantenemos el ritmo solidariamente para llegar agrupados hasta la sombra
alargada de la emblemática torre. Allí ya se encontraba nuestro Masca que, ajeno
a compromisos velados, había aprovechado la inercia de la rampa de Caño Ronco para
apretar hasta la llegada.
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