El Parque Natural de La Breña es
el mayor pinar de la provincia de Cádiz y ofrece distintos senderos que
conducen a los rincones más característicos de este bello paraje, para el
disfrute de los viandantes. Sin embargo, en una travesía de más de 33 km la
capacidad de disfrute disminuye en la misma proporción en que aumenta el
cansancio. Y no me puedo imaginar en la rutina de repetir el recorrido varias
veces durante 24 horas y, sobre todo, deambular por este en la soledad de la noche.
A pesar de todo, la experiencia compensa en todos los sentidos, desde su preparación alentadora, la incertidumbre del día anterior hasta la inseguridad en el comienzo de la propia carrera. Todo ello compensa, digo, por la camaradería y el compromiso de los amigos en el proyecto común. Todos los augurios y las previsiones presagiaban el diluvio y, por tanto, el fracaso de esta empresa solidaria. Y esto lo pudimos comprobar la noche de antes en Barbate, donde el optimismo solo se fundamentaba en los frágiles cimientos de una caña de cerveza y en el deseo imperioso que intenta enfrentarse a la adversidad inevitable.
La mañana descubrió unos cielos enlutados y nos preparamos para lo peor. El mismo disparo de salida coincide con una descarga colosal de la borrasca que ofrece a los participantes la última oportunidad para desistir de su empeño desquiciado. Con una mezcla de arrojo y de inconsciencia nos adentramos en el bosque piñonero, templo natural de recogimiento y amparo. Todos agrupados, en hilera, ascendemos lentamente por las dunas humedecidas, serpenteando los senderos habilitados, empapados no por la lluvia, que sorprendentemente había cesado, sino por la repentina sudoración que provoca la humedad. La legión de intrépidos se dispersa en el amplio recorrido creando pequeñas asociaciones de compañía. Nuestro grupo se mantiene compacto, salvo Carmen que ya encontró su acomodo en una sociedad más llevadera. Las dunas arenosas dejan paso por momentos a senderos más llanos y apacibles entre los pinos cuyas raíces a veces obstaculizan el tranquilo discurrir de los corredores. El ambiente es todo un regalo para los sentidos. Es intensa y peculiar la combinación de colores y olores en este día de lluvia, donde los aromas de pino, romero, jara y lavanda se confunden. No obstante, abstraerse en el paisaje puede traer consecuencias desagradables como la de apartarse de la ruta o caerse. En los controles renovamos el avituallamiento y la moral con los gritos más reconfortantes de nuestros incondicionales. De nuevo la calma, solo interrumpida por algún lamento lejano o los ecos de voces conocidas. Ahora ascendemos por el Cerro de la Meca hasta el admirable mirador del mismo nombre. El piso se llena piedras que cargan severamente las articulaciones ya quebrantadas por el peso de los km. El sendero de la Torre del Tajo culmina en la hermosa panorámica del acantilado (a 100 metros del nivel del mar). Desde aquí ya divisamos la playa de la Hierbabuena y Barbate. Discurrimos en paralelo al mar inmenso y nos anima la proximidad de la meta. Pero de nuevo las dunas en un amplio y arenoso cortafuegos que conduce a otro sendero que, ya en suave descenso, nos empuja a la meta. Todos juntos, arropando a nuestra campeona Almudena que consigue entrar la primera de su categoría.
Con el orgullo compartido por tan importante gesta nos reunimos en el paseo marítimo para rememorar esta bonita experiencia y también para recordar a nuestros amigos de los domingos que, por circunstancias diversas, estuvieron ausentes.
Mi agradecimiento a todos los
amigos que han contribuido a fijar en la memoria momentos tan especiales,
Antonio y Silvia, Manolo y Carmen, Ramón Pereiro y Mari, el Maestro, Javier
Encarnito y Cristina, Larry y Almudena, la exquisita gentileza de Juan Vergara…con
mención exclusiva a nuestra corredora más laureada, Almudena, todo humildad, pundonor y
constancia.A pesar de todo, la experiencia compensa en todos los sentidos, desde su preparación alentadora, la incertidumbre del día anterior hasta la inseguridad en el comienzo de la propia carrera. Todo ello compensa, digo, por la camaradería y el compromiso de los amigos en el proyecto común. Todos los augurios y las previsiones presagiaban el diluvio y, por tanto, el fracaso de esta empresa solidaria. Y esto lo pudimos comprobar la noche de antes en Barbate, donde el optimismo solo se fundamentaba en los frágiles cimientos de una caña de cerveza y en el deseo imperioso que intenta enfrentarse a la adversidad inevitable.
La mañana descubrió unos cielos enlutados y nos preparamos para lo peor. El mismo disparo de salida coincide con una descarga colosal de la borrasca que ofrece a los participantes la última oportunidad para desistir de su empeño desquiciado. Con una mezcla de arrojo y de inconsciencia nos adentramos en el bosque piñonero, templo natural de recogimiento y amparo. Todos agrupados, en hilera, ascendemos lentamente por las dunas humedecidas, serpenteando los senderos habilitados, empapados no por la lluvia, que sorprendentemente había cesado, sino por la repentina sudoración que provoca la humedad. La legión de intrépidos se dispersa en el amplio recorrido creando pequeñas asociaciones de compañía. Nuestro grupo se mantiene compacto, salvo Carmen que ya encontró su acomodo en una sociedad más llevadera. Las dunas arenosas dejan paso por momentos a senderos más llanos y apacibles entre los pinos cuyas raíces a veces obstaculizan el tranquilo discurrir de los corredores. El ambiente es todo un regalo para los sentidos. Es intensa y peculiar la combinación de colores y olores en este día de lluvia, donde los aromas de pino, romero, jara y lavanda se confunden. No obstante, abstraerse en el paisaje puede traer consecuencias desagradables como la de apartarse de la ruta o caerse. En los controles renovamos el avituallamiento y la moral con los gritos más reconfortantes de nuestros incondicionales. De nuevo la calma, solo interrumpida por algún lamento lejano o los ecos de voces conocidas. Ahora ascendemos por el Cerro de la Meca hasta el admirable mirador del mismo nombre. El piso se llena piedras que cargan severamente las articulaciones ya quebrantadas por el peso de los km. El sendero de la Torre del Tajo culmina en la hermosa panorámica del acantilado (a 100 metros del nivel del mar). Desde aquí ya divisamos la playa de la Hierbabuena y Barbate. Discurrimos en paralelo al mar inmenso y nos anima la proximidad de la meta. Pero de nuevo las dunas en un amplio y arenoso cortafuegos que conduce a otro sendero que, ya en suave descenso, nos empuja a la meta. Todos juntos, arropando a nuestra campeona Almudena que consigue entrar la primera de su categoría.

Con el orgullo compartido por tan importante gesta nos reunimos en el paseo marítimo para rememorar esta bonita experiencia y también para recordar a nuestros amigos de los domingos que, por circunstancias diversas, estuvieron ausentes.