Entre los incesantes avatares de la vida quizás la carrera del
maratón sea de los menos previsibles. Por eso tiene esa resonancia especial,
de incertidumbre, que provoca temor y respeto, mucho respeto. El de hoy ha sido
un día memorable, inmejorable para la práctica deportiva y, cómo no, para
correr un maratón. Y si a esto le añadimos que se corría en Sevilla ya tenemos
la combinación perfecta.
Este año queríamos disfrutar del ambiente y lo hemos hecho
corriendo junto al mítico Abel Antón durante 27.4 km. El recorrido, esencialmente
céntrico, ha posibilitado la afluencia de ciudadanos arropando a los corredores
en las avenidas, en las calles, en los puentes, en los parques, en la llegada. Nunca
en otro maratón hemos visto tanta gente jaleando, aplaudiendo, insuflando a los
corredores el calor sevillano. Pero los últimos km son los realmente duros, los
de la soledad, los de la batalla personal librada ya sin armas ni defensa…
Sentimos un vacío interior repentino y progresivo, nos abandonan las fuerzas y
la mente nos traiciona. Comienza entonces una cruel tarea de resistencia
pertinaz contra natura. Los kilómetros se convierten en una losa
agónica que vamos salvando mientras, a nuestro alrededor, los gritos de apoyo y
de reconocimiento resuenan como un hechizo que nos libra de cavilaciones perversas.
Ya no podemos parar, hay que seguir por lo que más queremos. Nos espera la
gloria merecida en el estadio. Así, hemos acompañado a Paco T. “el valenciano”
a las mismas puertas de la tierra prometida, vedada para Moisés tras la dura
travesía por el desierto.
La vuelta desde el propio estadio andando al punto de origen
también constituye una experiencia inigualable. Por primera vez hemos visto la
dureza de la carrera grabada en los rostros desfigurados y errantes de los
cientos de corredores que se agitaban de forma indescriptible desde el Alamillo.
Una riada humana desvalida, inconsistente, inexplicable, que se tambalea del
lado norte, que va y viene sin dominio ni control por el surco ya trillado de
los antepasados, esperando el sacrificio en la pira de los dioses.
Nuestra más sincera enhorabuena a todos los que han logrado,
un año más, esta gesta envidiable y, sobre todo, a nuestros amigos del Club
Antonio Angulo, Iñaqui y a Paco T. “el valenciano” por su tesón y espíritu de
sacrificio. También a los que hemos acompañado en la carrera en esta espléndida
mañana, el maestro, el masca, Segundo, Ramón F y Almudena; a la familia
Casablanca y a Carmen por su labor altruista en la meta; y, por último, a los que
han apoyado en las calles, Pepe Poti, Pepe Vilches, José A. “el buitre”, Mari y
sus hijos…
No hay comentarios:
Publicar un comentario