El día se presentaba frío y desangelado. Poco a poco la Peña de Ramón se colmaba de efusivos saludos, apretones y cumplidos. El paso del tiempo no puede disimularse en los rostros maduros ni en las canas evidentes. Pero los amigos siguen siendo amigos. La mayoría fue ocupando los asientos que se habían improvisado para la ocasión. Otros prefirieron pasar inadvertidos atrás, en el anonimato de la cola. Se apagaron las luces. La pequeña sala se inundó de un silencio expectante y un escalofrío recorrió entonces mi cuerpo. Algunos, sentados frente a la pantalla, miraban de reojo a sus ocasionales compañías; el temblor se disimulaba. Comenzó el desfile de fotos entrañables, una música de fondo sofocaba los suspiros y algún comentario entre pudoroso y nostálgico se hacía casi inaudible. Flanqueando al líder, los más veteranos recordaban haber estado allí. Entonces los recuerdos afloraban como un manantial interminable de vida. Por un instante regresamos donde la vida se detuvo, donde la vida dejó una huella imborrable enmarcada en sonrisas, en paz, en amistad. Estábamos asistiendo a una demostración testimonial de tanto vivido y compartido en torno a una ilustre figura.
Con la donación de la efigie inmortal, algunos no pudieron contener la emoción y salpicaron con sus lágrimas los sentimientos encontrados de todos los asistentes. La pequeña sala se coronó de sonrisas, gestos y comentarios enternecedores que sirvieron, una vez más, para proclamar una forma particular de entender la VIDA.
Y lo hicimos como mejor sabemos hacerlo: con unas buenas tapas, cervezas y vino, que preludiaban el regusto inagotable de una inmensa cazuela de caldereta.
Hoy hemos vuelto al desmadre carnavalero, nunca mejor dicho. Cada uno ha danzado a su antojo en honor de Don Carnal disfrazado de corredor pertinaz. En la locura hemos perdido efectivos por el camino que, finalmente, fueron devueltos, eso sí, con la sonrisa embriagadora y socarrona propia de la comparsa.
1 comentario:
Mucho tuvo que dar, y poco que pedir. No se entiende de otra manera tanto cariño, tanto apego, tanto aprecio, que digo aprecio, tanto amor.
Lo de ayer no fué un homenaje, ni un recordatorio, ni un aniversario, no; durante unos minutos, todos fuimos algo de Ignacio, todos compartimos algo de él y con él.
No hay más que ver a sus hijos, ¡como nos hicieron llorar, que buena madera amigo!.
Gracias por haberte conocido, aunque fuera poco.
RF
Publicar un comentario