domingo, 29 de agosto de 2010

Domingo 29 de agosto

Dice Vargas Llosa que las malas novelas sólo tienen final, como las pesadillas o los peores acontecimientos. La historia veraniega es la materia prima de una novela que tiene un comienzo frenético y un declinar inexorable. Se repiten los capítulos y sólo al final notamos que la oscuridad va recortando espacio al día, anticipo de la nueva estación que nos aguarda. La cegadora ilusión con que afrontamos las vacaciones se va transformando, una vez más, en argumento monotemático con ingredientes de vulgar realidad. Es el final previsto, temido, inevitable y, a pesar de todo, seguimos aferrados a nuestro reducido espacio playero ante el mar infinito, testigo y depositario de esperanzas vivas...
Pero el final también suele coincidir con el comienzo. Los temores que nos afligen se van disipando cuando ponemos pie en la plaza reconquistada, cuando dominamos la situación. Todo está en orden, cada cosa en su sitio, la ropa, “algo pasada de moda”; el peso, controlado... En el trabajo, sonrisas forzadas disimulando el síndrome posvacacional. En dos días nada ha cambiado. Con la disciplina laboral llega la deportiva, esa que nos permite volver a ser-estar como éramos hace dos meses, la llave que nos permite escapar de tantas preocupaciones cotidianas, aunque sólo sea por unos momentos. El sacrificio obligado requiere un tiempo y septiembre es el tiempo.

Hoy celebramos la incorporación del maestro a nuestro paseo fluvial de hora y cuarto en una mañana calurosa (¡vaya novedad!) donde aún resuenan los ecos de una espléndida noche ciclista.

No hay comentarios: