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Cuando la exaltación veraniega se disipa como gotas de rocío,
parece que todo vuelve a la normalidad. Digo “parece” porque la “normalidad” es
un término relativo y, cuando menos, polémico. Acostumbramos a llamar normal a
todo lo que tiene una analogía con lo que consideramos mayoritario en el uso o
en el comportamiento en cualquier momento o aspecto de la vida. Sin embargo,
nuestra visión está condicionada por la experiencia o el conocimiento
particular que tengamos del mundo y de nuestro entorno. En el caso que nos
ocupa, la incorporación de la mayor parte de efectivos nos restituye en la
regularidad dominical como un compromiso necesario y vital sobre el que se sustenta
el equilibrio físico y mental del quehacer cotidiano. Y nuestra cita de
calendario siempre es “domingo a domingo” (hoy reputada fórmula milagrosa por algún
visionario futbolero), momento en el que se produce la catarsis finisemanal.
Con la mansedumbre propia del tiempo avanzamos en nuestras perspectivas y en
nuestros desafíos por derroteros de confianza esperando pacientemente el regreso
al más allá. De momento, el próximo domingo.
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