Todo corredor experimentado sabe que, cuando no está bien,
toca sufrir en los entrenamientos y en las carreras. Pero también ha aprendido que
no hay desconsuelo comparable a la imposibilidad de correr. Empiezas a fijarte
en toda la gente que corre por las calles, y la observas con sana envidia, incluso
al que va en bici, magnificas cualquier contrariedad cotidiana, no encuentras el
sosiego personal ni el lado amable de la vida. Aceptamos resignadamente el
escenario sobrevenido pero cualquier reflexión racional apenas puede alumbrar
la soledad de la noche. Asumimos (no nos queda otra) la fragilidad de la naturaleza
humana y nos readaptamos continuamente pero todos tenemos miedo. No miedo a perder
algo, sino miedo a dejar de ser lo que somos. Por eso, la cita del domingo es
lo que nos define como grupo y lo que debemos mantener a toda costa.
Hoy, primer domingo de octubre, hemos subido al tradicional
camino, quizás con más trabajo que en otras ocasiones pero con la misma actitud
y decisión. Ha merecido la pena.
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